«La sociedad no debe esperar nada
de aquel que no espera nada de ella».
George Sand
En esta vida tan evolutiva en la que el cambio nos persigue, para bien o para mal, surge una realidad alarmante llamada conformismo: Todos se adaptan de alguna u otra manera a alguna situación, y solo se limitan a quejarse. Sin embargo, se supone que el que da debe recibir. Así también el que aporta y genera cambios tiene más derecho a exigir.
Cada quien espera un cambio significativo de parte de un político, un partido, una institución o alguna persona en particular, sin darnos cuenta de que el verdadero cambio está en nosotros. En efecto, muchas personas se quejan de su situación, mientras se sientan a ver cómo otras hacen lo que ellas pueden —¡y deben!— hacer. Viven soñando con situaciones que son más posibles de hacer realidad de lo que imaginan.
En esta odisea constante de la vida debemos analizar qué podemos hacer para lograr el cambio que deseamos, en lugar de limitarnos a exigir. Nuestra responsabilidad es ponernos del lado de la solución, no del problema.
Decía Juan Bosch: «A la patria no se le usa, se le sirve». No obstante, es lamentable que en nuestro país se nos enseñe que lo correcto es todo lo contrario, sacarle beneficio en todo lo que podamos. A esto le llamo «el arte de dame lo mío, búscate lo tuyo y piensa solo en tu gente». Se trata de una sociedad contaminada por la cultura clientelar: todos buscan un beneficio particular, jamás el bien social.
Muchas personas piensan que para hacer aportes significativos al país tienen que hacer algo extraordinario. Mas que con aportes pequeños también podemos transformar nuestra nación. Por ejemplo, si no tiramos basura en la calle y exhortamos a las personas de nuestro alrededor a hacer lo mismo, poco a poco podremos producir una disminución en la cantidad de basura de nuestro sector o comunidad.
Lamentablemente, nos han inculcado la idea de que no podemos hacer nada, pues somos gente pobre. Que solo un político o gran partido puede lograr los cambios trascendentes y el progreso. Esta mentalidad absurda nos ha estancado como individuos y como nación. ¡Hasta cuándo vamos a entender que nosotros somos el pueblo y, por tanto, el cambio reside en nosotros, no en los administradores del Gobierno!
¿Dónde están los hombres y mujeres capaces de sacrificar sus vidas y sus bienes por su amada patria? Parece que ya se extinguieron y que solo nos queda el vago recuerdo de unos tales Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella, Gregorio Luperón y otros, cuyos nombres han quedado olvidados en los baúles de la historia.
Somos una nación que olvida constantemente su pasado, y por eso lo hemos repetido con frecuencia. Quizás por eso también los gobernantes no se han preocupado por invertir en la educación del pueblo. Saben que mientras más ignorantes sean los ciudadanos, más fácil de manejar seremos, lo que les permitirá a ellos hacer con la patria lo que mejor le parezca.
Al realizar una encuesta a diez personas acerca de su percepción con respecto al futuro de República Dominicana para los próximos diez años, me dijeron que la situación económica y social del país estará peor, que se multiplicará la pobreza, que existirán más analfabetos y que habrá más corrupción. La mayoría concluyó que lo mejor era «largarse» del país.
En la conferencia Trabajadores Migrantes y Desarrollo Nacional, auspiciada por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Cuban Research Institute of Florida International University, y el Instituto de Formación Social del Caribe del 15 de octubre de 2010, se dijo lo siguiente:
«La comunidad dominicana en el extranjero experimentó un alto crecimiento durante el período 2005-2010, pasando de 1,628,195 a 1,800.000 emigrantes. La dinámica migratoria de los dominicanos sigue concentrada hacia Estados Unidos, la cual incrementó su participación de 81% a 83% y una tasa de crecimiento acumulativa de 20%. La población dominicana en Puerto Rico representa el 6% del total, mientras que en España este porcentaje ascendió a un 5% durante el período analizado».
Es lamentable constatar cómo el dominicano no cree en el desarrollo de su país. Prefiere invertir su tiempo, conocimiento y energía en otra nación, pues no ve futuro en la suya.
Tal vez el gran problema que tenemos es que la población dominicana no siente el compromiso de producir cambios significativos en su nación. ¿Acaso será verdad que no tenemos salida? Parafraseando a Einstein podríamos decir que «No podemos resolver los problemas desde el mismo nivel de pensamiento con los que los hemos creado». Cuando nos comprometemos con el cambio nos hacemos responsables por algo que sucederá en el futuro, y que no ocurrirá si no estableciéramos un compromiso serio.
Hay una frase que dice «La maldad no existe por las personas mala, sino por aquellas que permiten la maldad». Cuando toleramos los actos de corrupción, cuando no reclamamos nuestros derechos, cuando vemos que algo está mal y no hacemos algo para remediarlo, estamos siendo cómplice, consciente o inconscientemente, de eso.
Entiendo que muchas veces sentimos impotencia y creemos que no hay solución, pero hasta que no nos unamos y luchemos por el cambio que queremos ver en nuestra nación todo se quedara ahí. ¡Nosotros somos el cambio que queremos ver en el mundo!
ELISAMA ABIGAIL PEÑA FERNÁNDEZ (Santo Domingo, 1990). Locutora y estudiante de término de Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Es locutora de Radio Trans Mundial (Radio Ven), columnista del periódico cristiano Evidencia y conductora del programa de televisión Somos el Cambio.
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